“Soy humano, y nada de lo humano me resulta ajeno”, subrayaba el director Hernán Zin del documental Morir para contar. Ser humano implica miedos, violencia, destrucción y odio, pero también resiliencia, entrega, apoyo y amor. Toda esta gama contradictoria de palabras se encuentran siempre en un mismo lugar y tiempo: en una guerra.
El profesional que documenta sucesos bélicos acerca crudas realidades a pacíficas regiones. Sin embargo, su trabajo muchas veces recopila información en pleno conflicto, ataques, disparos y desastres. Por ello, el periodismo de guerra es respetable, necesario en su existencia y peligroso en su labor.
La guerra la empiezan los grandes y la realizan los niños, o algo así decía Hernán Zin en su documental, refiriéndose a los líderes políticos y militares que dirigen naciones en conflicto. Ellos ordenan masacrar a otro territorio y quienes ejecutan estas acciones son jóvenes de 18 a 25 años, en su mayoría. Estos poseen una gran vida por delante, o eso se pensaría, ya que en realidad así no sucede, pues acaban sus vidas a temprana edad por una “fuerza mayor”: la guerra.
Esas imágenes reales de soldados adolescentes y jóvenes, lanzando proyectiles y otras armas y luego jugando videojuegos de guerra evidencia el papel que le dan. Esa joven milicia no es muy consciente de lo que hace, lo toma como un juego y es entendible por su edad y la situación que les tocó vivir.
Otro factor además de los hombres de armas, son quienes viajan a cubrir aquellos eventos bélicos, periodistas de guerra: reporteros y corresponsales. En Morir para contar, estos profesionales cuentan experiencias personales para ejemplificar sus peligros y riesgos.
Mònica Bernabé vivió ocho años como corresponsal en Afganistán en defensa de los derechos humanos y lo que comenta de aquello es:
“La mejor arma de seguridad en Afganistán es pasar desapercibida”.
La represión a la mujer y el marcado machismo en aquella sociedad hizo que tuviera que vestirse, de acuerdo a la cultura, totalmente cubierta. Tampoco podía salir a las calles sola, la tenía que acompañar un varón.
Fran Sevilla, otro periodista de guerra, explicaba: “El deseo, el impulso por llegar lo antes posible a un sitio, te lleva a arriesgar demasiado”. Cualquier decisión en estos acontecimientos vale la vida, y el reportear hechos inéditos muchas veces hace arriesgarla. No obstante, a veces se consigue lo deseado o el costo es muy alto.
“Yo pensaba que me iban a matar o me iban a vender, porque ellos mismos me lo decían”, señalaba Ángel Sastre.
Otro gran peligro al cubrir estos sucesos es ser capturado por las fuerzas represivas, encarcelado en condiciones infrahumanas y/o puesto de ejemplo para no entremeterse en los asuntos siendo asesinado.
Muchas veces el precio es la vida, pero otras y gracias a campañas internacionales que piden la liberación de aquellos profesionales estos viven para contarlo. Son sobrevivientes que creen haber fallado por su captura, por no trabajar, pero que reciben el apoyo de la gente para defender algo valioso: la vida.
El director de la película también ejerció este periodismo especializado. Un suceso lo impactó de por vida. Iba en un vehículo con otros soldados y con protección antibalas, chaleco, máscara, etc. De pronto, sintió que no podía respirar, necesitaba aire. Se sacó todos los implementos que tenía encima, por lo que los soldados lo miraban extrañados. Entonces, el periodista pidió salir del carro. Abrieron la puerta, el reportero se tiró al suelo y allí recién pudo respirar.
“Los traumas acumulados durante 20 años de trabajo como reportero de guerra explotaron de repente”, mencionó. Esa escena tan confusa para los milicianos y para sí mismo había sido un ataque de pánico. Él no lo sabía en el momento, sino mucho después.
El actual cineasta narraba un hecho que le ocurrió en 2012 y cuando se estrenó Morir para contar en 2017, la gente lo observaba. Actualmente, se pude ver en Netflix, lo que expande el alcance de este producto audiovisual a la comodidad de nuestras casas. A las que ellos también regresaban luego de la cobertura de tanta matanza y situaciones adversas.
Hernán Zin cuenta que llega un momento en el que todo corresponsal de guerra necesita parar, debe descansar y alejarse de todo este mundo para siempre. Eso le sucedió a él y a través de varios relatos relata lo que pasaron sus demás colegas.
Su testimonio es el siguiente: "El miedo es nuestro mayor aliado en un conflicto armado, es importante saber gestionarlo. Como cuando vuelves a España, que hay que saber convivir con el trauma". Aunque sea difícil, para llevar una “vida normal” eso es lo que se tiene que hacer: afrontarlo, tratarlo y superarlo o al menos sobrellevarlo.
Las secuelas que dejan, aunque no se pierda la vida, son profundas. Matan el alma, “te despiertas gritando, o con ataques en el pecho”, confiesa Zin. Efectivamente, en guerra el cerebro procesa las acciones de manera rápida, todo te hace reaccionar. En cambio, en casa eso baja, convives en paz, pero cuesta adaptarse y a veces no se logra.
"En el conflicto todo es más blanco y negro, ves víctimas y culpables; en casa hay muchos más grises”, reflexiona el director. Ciertamente, es sencillo reconocer a quienes resultan perjudicados y muertos frente a quienes atacan sin piedad. Al llegar a casa, y con lo relativas y complejas que son las personas en su vida cotidiana, si se compararan las contrapuestas realidades, todo es gris. Por eso, “sientes mucha soledad cuando vuelves”, narran en el documental.
No queda duda, como expresan en la película, que “la guerra es una barra libre de desgracias”. Muertes, heridos, vidas truncadas, traumas, pérdidas y mucho más. He ahí la labor periodística, nunca los sabríamos o nunca veríamos la brutalidad de esas acciones de no ser por ella.
“Contamos la guerra para que pare la barbarie”, recuerda Silvia Intxaurrondo, periodista española y una de las primeras en visualizar la película documental en cines, una frase muy real. Sin testigos, la guerra sería peor y los reporteros son ese mediador, ese testigo neutral de los hechos que incluso corre riesgos.
De igual forma, principalmente eso es lo que se intenta: parar la guerra. Además, se busca que la gente reflexione, que no permita más violencia y muertes en vano; que visualicen el horror y la tragedia y a pequeñas poblaciones sobreviviendo de la nada, contradictoriamente con amor y amabilidad.
Estos periodistas no quisieran cubrir una guerra, pero admiten que sus familias son afortunadas de no vivir aquellas circunstancias en donde la luz y el agua son privilegios. Aprecian su labor y su espíritu de denuncia social, sus beneficios, sus viajes y la adrenalina.
En definitiva, como dijo Gervasio Sánchez, “la guerra es el mayor fracaso que puede sufrir una sociedad”. Y eso los periodistas de guerra lo hacen ver, su alma muere para contarlo, pero su valiente e incluso a veces traumática labor merece un homenaje, una película, un artículo y una gran reflexión. Ellos existen para narrarlo, nosotros para asegurarnos de mantenernos en paz.
Tráiler de Morir para contar. (Fuente: decine21)
Morir para contar. (Fuentes: El País e Infobae)
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